Murió Ingvar Kamprad, fundador de Ikea: una vida entera de muchas piezas

IKEA.springvale

Murió a los 91 años el sueco Ingvar Kamprad, fundador de Ikea, el equivalente de Zara en el mundo de los muebles. Llegó a ser el octavo hombre más rico del planeta, pero lo consideran uno de los más grandes avaros de la historia.

Miles de suecos de todas las esferas sociales hubieran despedido a Ingvar Kamprad si el público hubiera podido asistir al sepelio. Pero Kamprad, el octavo hombre más rico del mundo, con una fortuna de casi 60.000 millones de dólares, se consideraba un “hombre común” y la ceremonia se ajustó a ese concepto, pues solo fueron su familia, amigos y colaboradores cercanos. Desde la barrera, el rey Carl Gustaf y el primer ministro Stefan Löfven expresaron su dolor por la muerte de un ícono nacional y su admiración por lo que logró con Ikea, la compañía de muebles y estilo de vida con la que conquistó el planeta. Su compromiso casi enfermo con su empresa llevó a Kamprad al alcoholismo y a sacrificar relaciones sentimentales (con sus dos esposas y cuatro herederos, a quienes poco les quedó de su fortuna). Pero al mismo tiempo lo convirtió en un revolucionario, un editor de tendencias por casi un siglo y un multimillonario conquistador de mercados. Sumado esto, Kamprad se convirtió en un embajador prominente del país nórdico y de toda Escandinavia.

Su alcance desde hace años trasciende su región. Por eso, a esas voces se sumaron cientos de obituarios escritos en los 49 países en los que Ikea hace presencia y otros más que, como Colombia, caerán en su hechizo en pocos años. La mayoría de estas notas de prensa relataron su vida de empresario y exaltaron sus virtudes y sus donaciones (entre ellas una de 51.000 millones de dólares al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la mayor en su historia). Otras describieron en primera persona el impacto que Ikea ha tenido en las vidas de millones de personas y familias con sus muebles, bautizados con palabras escandinavas e interesantes como Docksta, Klippan, Bekväm y Kallax, y con la experiencia inmersiva que ofrece en sus enormes locales.

Pero las notas más interesantes revelaron las particularidades que pusieron a Kamprad en el centro de polémicas en su país natal. En primer lugar, muchos lo criticaron por presentarse como un ejemplo de frugalidad extrema. Ingvar insistió en que manejaba su mismo Volvo hacía décadas, que tenía una casa apenas decente, viajaba en clase económica, compraba su ropa en mercados de pulgas e incluso reciclaba bolsas de té. Para muchos en la fría y sensata Escandinavia todo esto era fachada para una avaricia sin límites que le valió el apodo de Mr. Scrooge. Sin embargo, criticar su método es ir contra una fórmula ganadora. Kamprad aprendió y aplicó el ahorro extremo cuando era un niño campesino, y llegó a la lista de millonarios de Bloomberg. Su frugalidad quedó en entredicho cuando se descubrió que también manejaba un Porsche y salieron a la luz imágenes de su impactante villa en Suiza, frente al lago Ginebra, pero Kamprad ya había establecido entre sus trabajadores esa filosofía obsesiva del ahorro. Ya había logrado lo que quería.


Ingvar Kamprad con uno de los primeros productos de diseño propio, la silla ÖGLA.

Las otras críticas son más complejas. En los años setenta, cuando ya era multimillonario, se mudó a Suiza (donde residió por más de 30 años) para no pagar impuestos altos, y también llevó las instalaciones de Ikea a Holanda para ahorrarse unos millones. En Älmhult, Suecia, pueblo en el que abrió su primer local en 1953, y hoy podría llamarse ‘Ikealandia’ por la presencia dominante de la compañía, dejó un hotel, un centro cultural, un museo y el simbólico centro de desarrollo de productos. Si bien regresó a vivir a Suecia, el tema de sus impuestos aún molesta a varios conciudadanos, y muchos le suman además una doble moral, pues, en un punto de su historia empresarial, logró contratar trabajadores en la República Democrática Alemana (la Alemania comunista antes de la reunificación) para abaratar sus costos de producción.

Y como si fuera poco, se le cuestiona por su cercanía con el partido nazi en los años cuarenta. Uno de sus mejores amigos, Per Engdahl, a cuya boda asistió y con quien mantenía correspondencia, dirigió el movimiento fascista antisemita en Suecia en la posguerra. En 1994, poco después de la muerte de Engdahl, la investigadora sueca Elisabeth Asbrink sacó a la luz documentos que establecieron la amistad entre Kamprad y Engdahl, y también confirmaron que el joven empresario alcanzó a reclutar simpatizantes mientras Suecia permanecía neutral en la Segunda Guerra Mundial. Hay que considerar que la abuela materna de Kamprad era una nazi que se mudó desde Alemania y tuvo una fuerte influencia en él.

Cuando la verdad quedó expuesta, en 1994, Ikea ya era tan grande que las ventas no sufrieron. Probó haber superado la peor prueba de fuego en la historia de las relaciones públicas: estar asociado a simpatizantes de Hitler. Kamprad puso la cara y argumentó que este había sido “el peor error de su vida”. Además, mientras hacía parte del partido nazi sueco trabajaba con Otto Ullman, un joven judío cuyos padres murieron en Auschwitz, que había llegado a su granja y al que consideraba su amigo. Esta extraña dualidad permite plantear que Ingvar tenía un concepto muy flexible del nazismo o, al menos, de su aplicación. Cuando la periodista Asbrink le preguntó sobre esta contradicción, Kamprad aseguró no ver tal, y sentenció que hasta el final de sus días consideraría a Per Engdahl un gran hombre.

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