La Escultura en Madera: Una Búsqueda más de Joaquín Cruz.
Javier A. Colorado Molano.
Periodista M&M
La escultura de figuras a tamaño natural como resultado de la exploración, del buen manejo del material, de la observación y del ensayo-error, han llevado a este artista de 40 años ha consolidar una singular propuesta que partió de la carpintería y la ebanistería; y que hoy se traduce en obras de excepcional belleza.
Aunque nunca lo haya planeado, este hombre, nacido en Montería, ha recorrido durante la última década un camino en el que la madera ha sido la base principal de su trabajo y sostenimiento; un trabajo que de manera empírica fue perfeccionando hasta llegar a esculturas de tamaño real, de singular belleza y precisión anatómica.
Joaquín Cruz, entra en la categoría de hombres que, con dedicación y talento, han desarrollado un arte en constante evolución pues, a partir de la carpintería y la ebanistería, ha realizado desde tallas arquitectónicas, puertas y objetos funcionales –como un práctico y ya famoso archivador de fotos y discos compactos–, hasta esculturas reconocidas y admiradas por colegas y personas ajenas al oficio de la madera, maravillados contempladores.
Esta, como muchas otras, es la historia de un artista que se ha formado empíricamente, sin guía o maestro, y que ha encontrado en el trabajo de la madera el mejor camino y la forma más sentida de expresarse a través de la imaginación y el arte.
El Inicio de un Camino
Joaquín Cruz estudió diseño gráfico en la Universidad Nacional de Colombia y, aunque no se gradúo, trabajó durante varios años como profesional en Azúcar, empresa colombiana de ropa y camisetas, hecho que le permitió desarrollar sus ideas de una forma práctica y directa.
Posteriormente, en 1995, se trasladó con su familia a la ciudad de Villa de Leyva (Boyacá), con la intención de alejarse de las grandes ciudades, de establecerse en un ambiente apacible y emprender una nueva vida a nivel económico, laboral y espiritual. Allí, con la colaboración de su actual socio, Arturo Meza, comenzó a trabajar la madera a través de la carpintería y la ebanistería.
Todo comenzó cuando surgió la posibilidad de iniciar un negocio, una pastelería, y con ella la oportunidad de encontrarse plenamente con su “nuevo” talento; la necesidad de elaborar todos los muebles y aditamentos para ambientarla, le permitió descubrir que la carpintería era una labor en la que podía conjugar el diseño gráfico y el arte; siendo a la vez, un medio para conseguir los recursos necesarios para vivir.
A partir de este momento se dedicó a trabajar en la pastelería, fabricando todo el mobiliario, y a explorar las diferentes formas de transformar la madera, alcanzando un gran reconocimiento en la región que lo llevó a diseñar y tallar en retales de madera los avisos que aún identifican algunos de locales, negocios, calles y sitios de esta población boyacense.
Gracias al reconocimiento obtenido y los contactos establecidos por la calidad de su trabajo, se puede decir que Joaquín Cruz empezó su carrera en el mundo de la madera de manera inusual. “Yo no empecé por el principio, como muchos, lijando o haciendo pequeñas piezas de carpintería. Comencé con un contrato para elaborar un portón rústico de Villa de Leyva, el cual hice a partir de dibujos de portones ya hechos. Luego acepté otros trabajos como puertas y ventanas, que me llevaron a conformar una sociedad con Arturo Mesa y Lloyd Clements con quienes compartimos conocimientos e hicimos contratos grandes para carpinterías de casas de campo”, asegura Cruz.
Según el artista, estos contratos incluían, dependiendo del cliente, desde el diseño arquitectónico de la casa hasta la elaboración de muebles para el almacenamiento de alimentos, licores y utensilios para la mesa y cocina; pasando por puertas, armarios, barandas, balcones y detalles de corte artístico como retablos, figuras y adornos que complementaban el ambiente general de la casa. Fue “un trabajo duro” que le permitió tener unos ingresos más estables y que le proporcionó la paciencia propia de un trabajo esmerado y concienzudo, donde se talla, corta, pule y arma con extremo cuidado.
La carpintería, que comenzó hace más de 10 años, sería el paso para trabajar la ebanistería, y recibir de ella grandes satisfacciones, conocimientos y una experiencia rica con la madera y que incluso le ha permitido inclinarse por cierto tipo de trabajos, en el mar de inmensas posibilidades que ofrece el material. “Sólo hago trabajos que demandan cierta habilidad o implican adelantar una labor artística. Nunca he tallado el penacho de una cama, porque no me gusta, sin desmeritar el excelente trabajo de muchos colegas”, afirma el escultor.
Las Primeras Esculturas
Toda esta experiencia y la búsqueda constante de nuevos retos, llevó a Joaquín Cruz a enfrentarse a sus primeras esculturas en el año 2004, cuando su socio Arturo Meza, una persona “muy inquieta con los negocios” inauguró una heladería en Villa de Leyva, utilizando como estrategia de mercadeo la imagen de los indígenas norteamericanos.
“Para distinguirla y llamar la atención sobre ella –pero respetando los parámetros tanto de arquitectura como de reglamentación para negocios en el pueblo– se pensó en traer dos esculturas en madera de indígenas Pielroja desde los Estados Unidos” afirma Joaquín, pero al ver los inconvenientes y gastos que esto implicaba, propuso a su socio que él diseñaría y esculpiría las figuras. Así, sin mayor experiencia en el arte de la escultura y con sus conocimientos básicos de modelado de la universidad, Cruz emprendió la titánica tarea de dar forma a gruesos bloques de madera, primero a punta de hacha y después, con las herramientas indicadas para esculpir.
Para este trabajo, afirma, “utilizó la lógica del carpintero”: dibujó las figuras sobre los cuatro lados de un gran bloque de Cedro amargo, comenzó a devastar con un hacha mediana para quitar volumen y luego, insertó las partes adicionales de la escultura: brazos, plumas y demás. Fue “una exploración difícil”, donde el ensayo y el error le permitieron descubrir una cualidad oculta en su ser; y donde la técnica del hacha lo dejó listo para unas cuantas terapias musculares.
Posterior a esta etapa, inmunizó cada pieza y las prensó con ‘alacranes’ para luego pegarlas con otras hasta llegar a la medida requerida. Volvió a inmunizar la estructura ya armada, la pintó al óleo y le aplicó finalmente varias capas de barniz para protegerla de la intemperie a la que sería expuesta durante la mayor parte del día y la noche.
El resultado: dos vistosas figuras que los turistas no se cansan de fotografiar, solas o junto a ellas, y que convirtieron la heladería y a los indígenas de madera, en uno de los puntos de referencia del pueblo, con lo cual se cumplió el objetivo inicial de trabajo y comercial de la misma.
Paso un tiempo en que la producción de esculturas no tuvo mucho movimiento, hasta que un funcionario de una petrolera le solicitó al escultor unos indígenas similares a los de la heladería, él aceptó y comenzó la tarea con la ayuda de su hermana –quien tampoco tenía experiencia alguna en el arte de la talla– logrando terminarlos antes de la fecha de entrega prevista; tiempo que fue aprovechado para exponer las nuevas esculturas en la Feria del Hogar de 2005.
Durante el evento, Cruz mostró la potencialidad artística y el impacto de su trabajo, en piezas que generaron muy buenos comentarios, muchos interesados, pero en el momento, ningún negocio.
Dando Vida a la Escultura
A partir de la experiencia de confrontar su obra a la opinión de un público diverso y numeroso, Cruz entendió que debía cultivar este arte y para ello reflexionó sobre el movimiento, el ritmo y el material; puntos vitales para la elaboración de esculturas de apariencia casi “real”. Compró entonces varios textos de anatomía y escultura en madera, para aprender nuevos detalles y para comprobar si lo que había hecho ya, estaba bien. Los libros le dieron la aprobación, para continuar con su tarea.
Se armó de los elementos necesarios; consiguió una pequeña sierra eléctrica la cual utilizó, y utiliza actualmente, tanto para devastar como para realizar detalles, y con la cual avanza rápidamente en la producción de cada obra. Hoy, la imaginación, la técnica y la habilidad obran sobre bloques de madera de Cedro amargo (Cederla angustifolia Sessé), Marfil (Simarouba amara) y Nogal (Juglans neotropica Diles), sometiéndolos a una primera transformación, adecuándolos en un tamaño aproximado de 2.0 metros de alto por 1.0 de ancho, el ideal para iniciar su proceso de talla.
La escultura empieza con el boceto de lo que ésta será: un indígena, un obrero o cualquier figura que Cruz imagine. Después, teniendo como referente este dibujo, se toma la fotografía de una persona que hace las veces de “modelo”, ubicada delante de una o varias cuadrículas de tamaño real, también trazadas por Cruz, para determinar las proporciones de tamaño que tendrán las partes de la escultura. La fotografía, después de revelada, muestra las medidas a respetar para esculpir en el bloque de madera.
Paso a seguir y ya ubicados los bocetos sobre las cuatro caras del bloque que representan todos los perfiles de la escultura, Cruz traza la imagen sobre la superficie del mismo, imagen que ocupa el 95 por ciento de su volumen, mientras el área de material restante es devastado por su pequeña sierra. Así se da inicio a la talla, con cinceles y lijas, para lograr los detalles de moldeado que convierten una pieza de madera en un elemento único e inigualable.
Luego de terminado el tallado principal y el de las partes complementarias (una lanza, las plumas del ajuar o los detalles que distingan el tema del trabajo) todas y cada una se inmunizan para protegerlas del ataque de insectos –y se pegan y cruzan entre sí– lo que da como resultado, según el artista, “una escultura internamente inmunizada” que ofrece una mayor resistencia a los efectos del medio ambiente y al agrietamiento.
Como paso final, se procede a pintar la escultura o dejarla en crudo, la decisión responde al deseo del cliente o del mismo escultor.
En el proceso de elaboración de una escultura, desde su diseño, realización y acabados finales, Joaquín puede invertir entre dos semanas y un mes, todo depende del la obra deseada. Actualmente, aunque sus obras no superan la docena, la talla del ajuar de los indígenas, por ejemplo, son algunos de los detalles que le demandan más tiempo.
Referente a los costos de producción, una sola de sus obras puede alcanzar una inversión de cuatro a cinco millones de pesos y su costo final, tal y como él mismo lo explica, puede variar dependiendo del resultado final. “El valor comercial de una obra, es un asunto bien subjetivo, pues como dijo un empresario de muebles al ver una de mis esculturas, “la madera es lo de menos, lo que vale es el arte”, afirma el escultor.
Por ahora, Joaquín Cruz quiere seguir mostrando su trabajo sin importar a qué público se dirija o a qué destinos lleguen sus obras pues, poco a poco su centro de distribución, Villa de Leyva y Boyacá, se ha ido extendiendo a toda Colombia. Su deseo, es seguir en la búsqueda de un lenguaje que enriquezca su nivel artístico, sin importar que esto lo lleve o no a exponer, algún día, en una galería.
Pero surge un cuestionamiento: ¿las esculturas, pulidas, transformadas y adecuadas a ciertos requerimientos “comerciales” son, realmente, obras de arte? Joaquín Cruz cree que éstas, por el hecho de ser el resultado de un trabajo de talla poseen valor artístico pero que, el peso de aquellos detalles para hacer de la escultura un objeto de mercadeo –como el helado en la mano de las figuras que ambientan su heladería o la simple aplicación de pintura que esconde la belleza natural de la madera– también le restan valor.
Empresa: Cajas para Fotos y Cd.
Pese a que las esculturas son a nivel artístico, el eje central de su trabajo, Joaquín emprendió hacia el año 2000, al lado de Arturo Meza, la fabricación y comercialización de cajas en madera para almacenar fotos y discos compactos; productos que les ha permitido dedicarse “empresarialmente” al trabajo con madera y con el que han alcanzado reconocimiento en el mercado bajo el nombre de Arme Villa de Leyva.
Esta sociedad tomó forma y se consolidó en el 2001, en el taller que los dos tienen en la vereda La Sábana, a unos cinco kilómetros de Villa de Leyva, lugar que les da su nombre. Allí, con un grupo de nueve trabajadores –todos, de los alrededores del pueblo y quienes comenzaron sin experiencia alguna en este campo– desarrollan la elaboración, montaje y acabado de las cajas en un espacio no superior a los 500 metros cuadrados.
Este equipo de trabajo está liderado por el jefe de taller y su asistente, quienes utilizan sin mayores inconvenientes desde la más sencilla herramienta manual hasta las máquinas más técnicas que posee la fábrica: planeadoras, sierras de trompo, sierras radiales, cepillos, tornos, sinfín, lijadoras, ruteadoras, omnijigs y taladros.
Igualmente, participan seis mujeres encargadas de pintar, lijar y armar las cajas; una de ellas, la hermana de Joaquín, su mano derecha en la elaboración de las esculturas. El grupo lo completa, Abel Madero, un joven audioimpedido quien además de servir como modelo para las fotografías a escala real, es el delegado para realizar los controles de calidad de la empresa.
Además del equipo humano, la empresa ha sido adecuada para hacer más eficiente la producción y brindar mayor seguridad a sus trabajadores en la elaboración de las cajas; las cuales están diseñadas pensando en aquellas personas sensibles al arte y el diseño. Los productos son fabricados en maderas blandas de fácil trabajabilidad y que por su menor costo como materia prima, son accesibles al consumidor, ofreciendo a la vez, alta calidad y funcionalidad. La producción anual de estas cajas alcanza las 3000 unidades, es decir unas 200 a 300 mensuales en promedio.
Hoy, después de un “arduo trabajo” durante más de cinco años y gracias a su participación en varias ferias de decoración, Joaquín y Arturo han logrado establecer puntos de distribución en varias ciudades del país, exportar sus productos a Francia; y en proceso, adelantar el registro para patentar el diseño y elaboración de las cajas de almacenamiento de 1000 fotografías.
Aunque el objetivo de Joaquín Cruz es crecer artísticamente en la talla de las esculturas y consolidar ésta como su más importante actividad, asegura que el ideal “es conseguir un equilibrio entre lo artístico y lo comercial, ya que no se puede vivir del arte, ni sustraerse de la realidad”. Por eso, entre sus planes está el de continuar con la promoción de los productos de Arme Villa de Leyva, una labor que le ha dejado ver sus cualidades de empresario, conjugándola con su talento natural de escultor y artista.
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Fuentes:
Joaquín Cruz. joacruz@hotmail.com.
Fotografía:
Javier Andrés Colorado Molano.
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