¡Recordar un Poco es Vivir Bastante!

Y como en 20 años de actividades, la realidad del mundo sectorial de la madera y el mueble no sólo genera noticias y textos de perfil técnico, a continuación, M&M presenta una selección de escritos y materiales que ha llenado las páginas de la revista M&M de ingenio, frescura y particularidad.

Historias en la Cama (Edición 1, septiembre – noviembre 1993)

  • Pedro I de Rusia supo que su esposa, Catalina, tenía un amante, Guillermo Mons, a quien hizo decapitar en presencia de ella. La reina se mostró indiferente y se negó a reconocer el pecado, motivo por el cual el monarca hizo embalsamar la cabeza y que la colocaran junto a la cama de la mujer, quien no le dio ninguna relevancia al hecho.
  • Un marajá indio ordenó la construcción de una cama que pesara una tonelada, guardada por cuatro desnudos realistas a tamaño natural. Al recostarse, su peso sobre el colchón, hacía sonar una caja de música y ponía en movimiento los brazos de las figuras; dos le abanicaban la cara y las otras espantaban las moscas de los pies.
  • La cama del Conde Artoris, en tiempos de Luis XV, estaba llena de armas y rematada de escudos; las columnas de la chimenea tenían forma de cañones y los hierros estaban decorados con balas, bombas y granadas.
  • A una posada de una aldea francesa, en el siglo XVII, llegó el acaudalado Thomas Cole de Reading, solicitó la mejor alcoba, se retiró a descansar y dejó su dinero a un lado de la habitación. La cama estaba hecha de tal manera que sacando dos o tres clavijas, se hundía y convertía en una trampa; quien estaba sobre esta caía a un caldero en el cual se preparaba la cerveza. Al quedar dormido Cole, los anfitriones retiraron los seguros de la cama y el adinerado huésped cayó súbitamente y murió escaldado y ahogado.

Luego, los posadores se apoderaron del dinero y se deshicieron del cadáver lanzándolo al río. El asesinato fue perfecto, pero un detalle los inculpó: el caballo del difunto escapó y fue hallado por aldeanos, quienes fueron a devolverlo a su dueño sin encontrarlo. Al iniciarse la investigación, el posadero y su esposa perdieron la serenidad y confesaron el crimen, además de que por esta vía habían asesinado a 70 personas más.

Oda al clavo (fragmento)

Por Manuel Guzmán

(Edición 2, diciembre – febrero 1994)

Es la absoluta sencillez del hierro.

Son vertidos de punta

por aceitados mecanismos precisos

como si parto perfecto.

Los clavos pueblan el universo, desde el fondo más hondo del tiempo de las tablas,

se meten como puñales por el corazón aromado de los cedros en flor, constituyendo

el ángulo preciso de una mesa, un peldaño o un coqueto escabel.

Para las sillas suelen ser puntales indispensables:

Dicen espalda y las ceibas corpulentas son descanso boscoso

Para la espalda del hombre.

Dicen mesa y las tablas se acomodan:

o en la paciente espera de la palabra escrita

acaso para el acto supremo y esencial de reordenar el mundo, o en la paciente espera

de la comida que unifica a la familia del hombre,

acaso para el acto supremo y esencial de sostener el mundo.

Se ajustan de tal manera a los nudos olorosos del corazón del pino

que el grito es a una vez perfume y estallido…

…Yo he mirado los clavos trasegar

Los he sentido sufrir entre las tablas,

llorar quizás, también, sobre las mesas

cuando codos entorpecidos los hunden sin nitidez resoluta o grandeza expresiva…

 

Canto a la Madera (Edición 4, junio – agosto 1994)

De cuantos conozco y reconozco, entre todas las cosas, es la madera mi mejor amiga.

Yo llevo por el mundo, en mi cuerpo, en mi ropa, aroma de aserradero, olor de tabla fresca.

Mis sentidos se impregnaron en mi infancia de árboles que caían de grandes bosques llenos de construcción futura.

Yo escuché cuando azotan el gigantesco cedro, la caoba alta de cuarenta metros, el majestuoso tornillo, la luana generosa, y como de pronto picotean su columna arrogante, el hombre vence y cae la columna de aroma, tiembla la tierra, un trueno sordo, un sollozo negro de raíces, y entonces una ola de olores forestales inundó mis sentidos.

Fue sobre la húmeda tierra, lejos en las selvas del Perú, en los fragantes y verdes montes, conmigo fueron naciendo vigas, cuartones sólidos y nobles, y tablas delgadas y sonoras que posteriormente serían la tabla de mi mesa, la puerta de mi casa o la cama en la cual duermo.

Te conozco, te amo, te siento, te vi nacer madera.

Por eso si te toco, me respondes como un cuerpo querido, me muestras tus ojos y tus fibras, tus virtudes, tus vetas como inmóviles ríos.

Y, en un póstumo homenaje, contigo en polvo me convertiré.      

Elogio a la Cama (Edición 15, marzo – mayo 1997)

Tomado del libro “Esto no es vida”, de Daniel Samper Pizano (noviembre 1989)

 Un juicioso columnista español afirma que el único lugar en que lee libros de novela, cuento o relato, es la cama. Dice que la “prueba horizontal” constituye un filtro para saber si un libro “le gana la batalla al sueño” o pertenece “a la tribu del mogadón”.

La observación no sólo es sabia, como ya lo habíamos experimentado quienes también sometemos todo libro a la “prueba horizontal”, sino que reivindica a la cama como lugar de lectura. Son varios los muebles diseñados y designados especialmente para leer.

La silla de lectura, la mesa de lectura; el coqueto sofá de dos puestos inventado para que las parejas de antes repasaran juntas, las páginas de libros como ‘María’. Pero ha faltado el ebanista voluntarioso y valiente que lance la cama de lectura, fabricada con la mente puesta en los que se recuestan a leer. (A ver si John Sudarski, experto en catres y colchones, agarra la antorcha de esta revolución).

El error radica en la poca imaginación de los diseñadores. En los austeros tiempos bíblicos la cama no tenía tanto misterio como ahora. A Noé lo agarró el sueñito después de haberse soplado unas buenas canecas de vino y no salió a buscar cama, sino que se echó en el primer sitio que encontró. Jacob tuvo su famoso sueño de la escala que ascendía hasta el cielo una noche que dormía en descampado y con la cabeza apoyada en una piedra, no en una almohada con encajes. Consta que cuando apareció la cama, muchos pueblos la asumieron como mueble múltiple. Ahí se comía, se dormía y hasta se atendía la voluntad divina del “creced y multiplicaos”.

Pero se atravesó en algún momento de la historia una corriente erótica que le confirió a la cama un papel casi exclusivo de mueble de amor. De este modo, comenzó a distorsionarse la función múltiple que la cama había tenido. Y ahora la cama sólo se mira como un sitio para hacer el amor en el cual también se permite dormir. “Vámonos a la cama”, le propone el novio a la novia, y ella sabe que no es a leer, a jugar ajedrez, ni a echar una siesta. “Je veux coucher avec toi”, le dice en francés a la esposa de su mejor amigo. Y coucher es un verbo que proviene de couche, que quiere decir cama en su más primitiva acepción; cuja. Lo que pasa es que, mencionada en francés, la cuja se vuelve elegante.

Encamarse o encujarse, pues, ha pasado a adquirir un definitivo sabor sexual. Se dice, incluso, que las muchachas decentes se van a la cama a las 7 p.m. porque tienen que llegar a la casa a las 10. Los enfermos tienen que aclarar que, si se meten entre cobijas, es porque necesitan su “lecho de enfermo”. Y hasta para los moribundos, la cama necesita una calificación especial: “lecho de muerte”. Nadie, en cambio, habla del “lecho de procreación”. Tanto ha llegado a identificarse la cama con el sexo, que a lo mejor no está lejano el día en que se hable del “lecho del sueño”. Es decir, la cama para dormir. Un mueble o una función específica. Lo genérico es lo otro. Lo que prohíbe el sexto.

Estoy seguro de que si uno le mete aritmética al asunto, para lo que menos se usa la cama, es para lo que estas épocas de obsesión sexual creen que se usa. Mi mejor ejemplo es don Rafael Pombo. El ilustre poeta permaneció en cama cosa de veinte años. Allí leía, allí comía, allí escribía, allí recibía a sus amigos, allí jugaba con sus sobrinos y, de vez en cuando, allí dormía. Don Rafael murió célibe y no tiene nada de raro que haya muerto virgen, por lo cual se puede aseverar que la cuja del autor de Rin Rin Renacuajo no supo nunca de los ajetreos y crujidos del amor.

Hay que reimplantar el criterio yacente de don Rafael Pombo. La cama ha de servir para muchas cosas, no sólo para lo que hoy sirve.

Resulta increíble, por ejemplo, que aún se diseñen camas con espaldar de barrotes, que hace de la lectura un tormento. O camas con bordes hostiles a quienes quieran sentarse en sus bordes para visitar al ocupante del colchón. Resulta por lo menos triste que las camas reclinables y plegables se consideren inadecuadas para los sanos y se llamen, justamente, “catre de enfermo”. ¿Cuántos enfermos seguirían sanos si hubieran gozado de una cama versátil, acomodable a la función que en determinados momentos quisiera darle su dueño: almorzar, jugar dados, masajearse las piernas o leer?

Sueño con una cama-escritorio-comedor a la cual se haya incorporado toda suerte de mecanismos modernos para que sirva de sala de reuniones, mesa de viandas, despacho ejecutivo, salón de música, mueble de computador, nevera, despensa y –en modelos muy sofisticados– retrete.  Dotada de un techo adecuado, esta cama podría convertirse, incluso, en pequeña vivienda u oficina. El ICT financiaría campañas para adquirir, por unos pocos miles de pesos, su cama propia. El ingenio colombiano permitiría, además, que en una de sus esquinas se monte algún pequeño negocio familiar, como vender obleas, fabricar gualdrapas o preparar perros calientes. Con ello se fomentaría la industria doméstica y disminuiría el desempleo.

Ya me imagino que los negativistas de siempre no tardarán en quejarse por el ruido o la actividad de la cama contigua. Problema de ellos: el que quiera dormir, que se vaya a una poltrona. Y el que quiera emplearla como ocasión de pecado, que se compre una cama de agua.

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