La Casa Isleña: Tradición Vernácula Hecha en Madera

Paola Andrea Ruiz Rojas

Periodista M&M

En pocos sectores tradicionales de la Isla de San Andres es posible encontrar casas hechas de madera, con más de un siglo de construcción y en pie que, como fiel testimonio del legado arquitectónico heredado de las culturas nativas, hablan de una manera exquisita de aprovechar, masivamente, el material. Sin embargo, modalidades como el acero y el hormigón ganan terreno y amenazan con desplazar siglos de tradición en este campo.

El archipiélago de San Andrés es, sin lugar a duda, uno de los destinos turísticos nacionales preferido por propios y extraños; su exuberante belleza, su riqueza submarina, los siete colores de su mar y la posibilidad de practicar etnoturismo, ecoturismo y “turismo de compras”, son algunos de los atractivos que seducen a quienes la visitan o sueñan con hacerlo. Sin embargo, la isla también ofrece otro tipo de encuentros, de experiencias que aunque pueden pasar inadvertidas, revelan códigos importantes de la vida de la isla.

Quienes se arriesgan a escudriñar en sus tesoros encuentran en sectores como La Loma y San Luis, –dos de los más tradicionales– coloridas casas hechas en madera que guardan y representan, capítulo a  capítulo, la historia sanandresana; se trata de construcciones conocidas como casas isleñas, que forman parte no sólo de la identidad cultural de la región, sino de la vida del hombre raizal, de sus tradiciones –pero en especial– de un conjunto de saberes y técnicas constructivas y arquitectónicas aplicadas, de inigualable valor y octogenario fundamento.

Según el geógrafo James Parsons (1915 – 1997), miembro de la escuela culturalista norteamericana, y estudioso de la zona tropical latinoamericana, las primeras referencias que se tienen de la Isla están documentadas en mapas elaborados a principios del siglo XVI, y las de su poblamiento se condensan en documentos redactados entre los siglos XVIII y XIX; de ellos se concluye que colonos, africanos, indios moisquitios, ingleses y franceses fueron los responsables de dar origen a esta cultura multiétnica, llena de matices y tradiciones.

Precisamente, a raíz de la convergencia multicultural en el territorio, San Andrés desarrolló una identidad isleña tan rica como única en el Caribe, que se manifiesta en temas como la arquitectura y que hoy en día lucha por mantenerse invicta al paso del tiempo y a la modernización; por proteger su estilo de vivienda que es resultado de la mezcla de rasgos de la arquitectura en madera inglesa victoriana, la holandesa y la africana y que, por tanto tiene un valor material incalculable para la zona.

No en vano, Jorge Caballero Leguizamón, arquitecto, máster en teoría e historia del arte e investigador del patrimonio cultural nacional, afirma que el modelo constructivo imperante y tradicional en madera, representa una joya arquitectónica única en su género, tanto por la forma como fue y es concebido, por la volumetría, la distribución de los espacios, el conjunto reducido de técnicas de construcción que comprende el uso de formas geométricas simples -como el cuadrado- para, a partir de ellas, levantar la edificación; así como también por tratarse de uno de los muy pocos estilos arquitectónicos en Latinoamérica que no exhibe influencia alguna de la arquitectura española.

En todos los sentidos citados, el fundamento de la arquitectura en San Andrés respondió a la necesidad de utilizar el espacio desde lo social –con áreas para favorecer la creación de vínculos familiares o de vecindad, como patios abiertos y pocas divisiones interiores– hecho comprensible si se entiende que para los nativos  tierra y propiedad tenían valor colectivo importante, no en vano la isla era vista como un terreno de todos, sobre el que no existía derecho de propiedad sobre los terrenos ni escrituras sobre los predios y en el que  las sucesiones de tierras se daban por herencia.

A nivel de antigüedad de las construcciones y el tipo de propietario, las cifras publicadas en el libro “La Casa Isleña: Patrimonio Cultural de San Andrés” de Clara Eugenia Sánchez (1), revelan que la gran mayoría de las tradicionales que hoy son habitadas, es decir, el 67 por ciento, fueron heredadas y que el 65 por ciento han sido ocupadas por raizales y sus familias. El reporte también señala que más del 40 por ciento de las casas tradicionales isleñas fueron construidas entre 1901 y 1950, que sólo el 10.72 por ciento de ellas fueron hechas antes de 1900, y que apenas un 7.25 por ciento se hicieron entre 1981 y 1994.

La arquitecta Sánchez también afirma en su libro, que la isla cuenta con un tesoro material representado en 370 predios de interés patrimonial, de los cuales 345 fueron construidos en madera; de allí que, hoy por hoy, el interés de algunos amantes de este tipo de arte –residentes en la isla– es conservarlo, mantener vigentes las técnicas constructivas para que sean replicadas y aplicadas por las nuevas generaciones y de cierta manera, protegerlo frente al creciente uso de técnicas y materiales que poco y nada tienen o han tenido relación con la tradición arquitectónica: el hormigón y el acero, cada vez más populares y aceptados.

 La Madera: Sustento de la Tradición:

La arquitectura sanandresana es un fiel ejemplo de la cultura insular caribeña, resultado de las costumbres nativas y las adquiridas por el proceso de colonización inglesa, principalmente.

Colorida, pintoresca, amable así puede calificarse a la casa isleña, patrimonio invaluable de la arquitectura local y manifestación pura de la cultura raizal.

Los elementos característicos en el paso de la unidad básica a una más compleja son: corredor (barandal), balcones, subdivisión de techos y cambio de pendiente (ático).

La elección y uso de la madera como material constructivo de la casa isleña, en sus inicios, respondió, básicamente, a tres razones: la primera y tal vez la más relevante, es que fue introducida a la isla por los colonos para este propósito –y tal como éstos la empleaban para edificar en sus países de origen–; y la segunda, que al tipo de madera usada tuvieron acceso los nativos fácil y rápidamente, pues la obtenían de los mangles, lugares que por esta práctica de extracción incontrolada, precisamente, sufrió una disminución que rayó en la extinción.

La tercera y última apunta a que fue también uno de los elementos de más fácil importación y transporte al que tenían acceso los nativos, al estar en peligro la reserva de mangle, hecho que provocó la importación  de grandes cargamentos de pino y teca procedentes de países como Nicaragua, Honduras y Estado Unidos.

La madera ganó así un espacio definitivo en la arquitectura tradicional isleña, ubicándose como el material por excelencia para la construcción de vivienda en la medida que respondió y se adecuó perfectamente a las necesidades de la región y a las condiciones climáticas, culturales, económicas, geográficas y demográficas del archipiélago.

En estos sentidos y según lo explica el arquitecto Jorge Caballero, el pino, la teca y el mangle –éste último cuando aún podía extraerse y utilizarse– fueron desde principios del siglo XX, las maderas preferidas por el pueblo raizal para edificar sus casas pues, entre sus ventajosas propiedades físico-mecánicas se incluyen una excelente resistencia a la salinidad, a la pudrición prematura y a la afectación por el ataque de hongos provocados por la humedad, aún sin recibir tratamientos de inmunización previos.

Es así –y considerando que hacia finales del siglo XIX y principios del XX, las técnicas y productos para la conservación de la madera no eran de masivo uso en la isla, ni exhibían el desarrollo que tienen en la actualidad– que las maderas citadas ofrecían un excelente desempeño tras un simple barnizado o la aplicación de pintura de forma periódica, hecho que favorecía no sólo su preservación sino un consumo popular gracias a la sencillez de su manejo y mantenimiento.

Adicionalmente, señala Caballero, otro factor importarte que hizo de la madera el material para construcción por fundamental fue los tamaños ideales –secciones grandes– y la altísima calidad que ofrecían las especies entonces, muy superior a las que presentan hoy en el mercado, pues los madereros y los mismos nativos no las cortaban prematuramente y les permitían tiempos de secado justos antes de trabajarlas, lo que aseguraba resultados óptimos en cuanto a estabilidad y durabilidad.

Para cerrar, la madera fue también el recurso que hacía posible, para los nativos, la construcción de edificaciones a partir de un sistema sencillo: el machihembrado, cuyo principio básico de pestañas y canales al final de listones y secciones unidas horizontalmente, permitió que un alto porcentaje de las viviendas típicas en la isla fueran levantadas de forma sencilla, muy rápida y económica en cuanto al los costos de piezas y transporte.

Lo segundo que ofreció como ventajoso el sistema, fue la solidez que alcanzaban las construcciones en materia estructural, capaces de soportar fuertes vientos, tempestades y tormentas tropicales; sin embargo, la madera machihembrada no fue la única utilizada para fines constructivos; listones lisos, sin ningún tipo de trabajo ni canales, también fueron utilizados, unidos mediante puntillas.

Construcción de la Casa Isleña

Mission Hill es, tal vez, uno de los mejores testimonios en píe de patrimonio arquitectónico en madera, de la isla. Una preciosa obra armada prefabricada por los nativos, en 1896, a partir de piezas enviadas desde Alabama.

Para Lorenzo Fonseca, arquitecto especializado en urbanismo, docente universitario, fundador y director de la revista ‘Proa’, especializada en arquitectura, e investigador de las viviendas en madera de San Andrés y Providencia, la tradición –que es el conjunto de saberes y conocimientos heredados por generaciones enteras– es el fundamento de la arquitectura isleña sanandresana, revelada en detalles, configuraciones y técnicas constructivas ancestrales que han dado origen a un lenguaje arquitectónico simple pero coherente.

De tipo vernácula (2) la arquitectura isleña logra, a partir de un tipo de unidad de planta rectangular, crear una enorme variedad de modelos de vivienda, como las casas con corredores, subdivisión de techos, buhardilla, segundos pisos y con ampliaciones o modificaciones en la planta básica que se hacía los lados y después hacia arriba y que según afirma Lucas Steele, nativo de San Andrés, obedecían a hechos importantes como el nacimiento de los hijos:

A nivel formal y como característica primaria de las casas isleñas en general, está el diseño de los cimientos, pilotes 0.6 metros y 1.2 metros de altura aproximadamente –fabricados en madera o piedra, en los modelos tradicionales construidos entre 1890 y 1950, y hormigón en las casas fabricadas recientemente en la isla– que han tenido siempre dos funciones principales: elevar las casas para evitar la humedad del terreno, y generar un espacio entre piso y vivienda que aprovechan los nativos con diferentes propósitos: como depósito, cocina y/o taller.

En materia de distribución, las unidades de servicio como baño y cocina fueron tradicionalmente dejadas fuera de las zonas habitacionales a razón de los espacios justos, la salubridad y la seguridad, esta última, para evitar eventos asociados con el fuego. En el modelo inicial y popular, la unidad básica de la vivienda se levantaba en el centro de un patio y estaba acompañada de un gran reservorio de agua y un pozo, además de cocoteros y otros árboles frutales; en la actualidad se encuentran muy pocos ejemplos de esta casa primaria, pues la gran mayoría sufrieron transformaciones en su planta y volumen.

Con el correr de los años, la marcada influencia francesa, holandesa y victoriana se reveló en un amplio repertorio de elementos distintivos y detalles constructivos que se sumaron a las viviendas primarias y determinaron su lenguaje arquitectónico: puertas, postigos de ventanas, barandas, remate de cubiertas, techos, buhardillas y balcones –todos hechos en madera–, establecieron la identidad final de la casa isleña.

Pero vale anotar que este tipo de construcciones, no son sólo especiales por su forma y materiales, ellas también encierran valía en lo que representan y por la forma en que han sido concebidas: la idiosincrasia de un pueblo que, caribeño al fin y al cabo, supo plasmar en este tipo de creaciones, su manera alegre de sentir y ver la vida. En este sentido, la obra arquitectónica de la isla es el resultado de cientos de convites, de reuniones de familiares, amigos y vecinos que levantaron, en cada suceso y en no más de 24 horas, una a una las construcciones presentes en la isla y en las que cada miembro aportaba conocimiento y empeño para una exitosa tarea.

De esta curiosa práctica, y como un ejemplo descollante de las técnicas y capacidades constructivas de la comunidad, está la iglesia más antigua y levantada en el punto más alto de la isla: la Bautista Mission Hill. Cientos me manos raizales erigieron, en 1896, lo que se considera uno de los casos arquitectónicos destacados, una edificación construida cien por ciento en madera y declarada en 1997 como ‘Monumento Nacional’ en razón al manejo del material y su configuración.

Dicha iglesia, que tiene capacidad para albergar hasta mil personas sentadas y que encierra un valor arquitectónico, histórico y espiritual muy importante, fue enviada desarmada con cada pieza marcada, desde Mobile (Alabama), hasta San Andrés y fue armada en sitio por los nativos, lo que para su época representó no sólo un reto, sino también un importante valor tecnológico en cuanto al concepto de prefabricación, se trata.

Evolución y Conservación

Son varios los proyectos que se han adelantado en la isla con el ánimo de recuperar la cara patrimonial que representa la casa isleña y mejorar las unidades; desde concursos hasta investigaciones adelantadas por universidades y entidades privadas y públicas.

A partir de 1950 la casa isleña ha sufrido una evolución, producto del uso e incorporación de nuevos materiales diferentes a la madera y de nuevos elementos constructivos; cemento, bloques, tejas y hormigón, al diseño de algunas casas típicas, sobre todo en áreas como el baño y la cocina; y en elementos estructurales como los pilotes; de hecho, son numerosos los casos de casas tradicionales derribadas para elevar un primer piso en cemento o bloque, y sobre este, construir niveles en madera.

De igual manera, se popularizó el uso de métodos, pinturas y barnices especiales para preservar las maderas, con el fin de evitar el deterioro de las existentes y ampliar el periodo entre mantenimiento y mantenimiento. Sin embargo como lo afirma el raizal Steele, hoy se advierte entre los pobladores que han heredado las casas, un fuerte “desgano” para conservarlas, por realizar los mantenimientos necesarios, pintarlas periódicamente o cambiar los clavos que se oxidan y provocan pudrición: “hoy en día muchas de las viviendas están deterioradas y abandonadas, a pesar de ser declaradas patrimonio cultural y arquitectónico”.

Al respecto y aunque la ley 47 de 1993, sancionada por el Congreso de la República, establece en su artículo 51 que la construcción de bienes inmuebles en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina debe realizarse conservando la arquitectura nativa del departamento, sobre la casa isleña se cierne el peligro de desaparecer y llevarse con ella, cientos de años y legados culturales y arquitectónicos.

Algunos pobladores aseguran que los responsables de los cambios en la imagen e incluso en el sentir de los nativos por el patrimonio, son los extranjeros que han llegado a San Andrés a establecer zonas comerciales y hoteleras, y a quienes poco les interesa la identidad cultural de la isla; sin embargo hay quienes también afirman, que es el nativo el directo responsable porque bien por desinformación ante el valor que estas casas representan, o por pereza de conservarlas, las abandonas.

Frente a la posibilidad de perder parte de su cultura e integralidad, varios sectores estatales y algunos privados se han unido para recuperar los valores y las expresiones arquitectónicas perdidas y han enfocado sus esfuerzos hacia el mejoramiento y mantenimiento de las casas isleñas; concursos como la “Casa más Linda”, que premia la edificación mejor conservada, por ejemplo, se llevan a cabo para recuperar el interés de los isleños en esta materia.

La capacitación para la conservación del patrimonio, la concientización del nativo sobre el valor de la casa isleña y el acompañamiento del gobierno departamental no sólo para evitar el deterioro de las casas existentes, sino para hacer valer la ley 47 de 1993 y exigir que la construcción actual conserve los rasgos de las nativas, debe ser el accionar del estado y la sociedad sepultar un legado que, como lo afirma Steele, hace parte del paisaje y la vida del sanandresano.

Citas:

  1. El libro “La Casa Isleña: Patrimonio Cultural de San Andrés” de Clara Eugenia Sánchez –arquitecta especialista en conservación y manejo del patrimonio arquitectónico, histórico y arqueológico de tierra– toma como referencia para la cifras, el ‘Inventario arquitectónico del archipiélago’
  2. Vernácula: concebida y materializada a partir de los conocimientos que dan experiencia y no de la academia y cuyos elementos constructivos son los otorgados por el ambiente y el entorno.
  3. Reconociendo la arquitectura de San Andrés como expresión de la cultura isleña, el conjunto de valor patrimonial al que se hace referencia, está conformado por la arquitectura contextual, la arquitectura doméstica. Ésta cuenta de su desarrollo histórico y de su cultura material, así como de su expresión estética y su formalización espacial en el territorio insular.” Página 47, La Casa Isleña: Patrimonio Cultural de San Andrés. Clara Eugenia Sánchez.

Fuentes:

  • Lorenzo Fonseca Martínez, Arquitecto especialista en urbanismo, director de Revista Proa y docente de la Universidad Javeriana.
  • Jorge Enrique Caballero Leguizamón, Arquitecto con Maestría en Teoría de Historia del Arte y la Arquitectura, docente de la Universidad Javeriana.
  • Lucas Steele, nativo sanandresano
  • Libro La Casa Isleña: Patrimonio Cultural de San Andrés. Autor: Clara Eugenia Sanchez. Editorial: Universidad Nacional
  • Cuadernos Proa 7. Vivienda en Madera San Andrés y Providencia. Autores: Lorenzo Fonseca y Alberto Saldarriaga.
  • Hábitat y arquitectura de las comunidades afrocolombianas.
  • http://www.afrocolombianidad.info

 Fotos: Paola Andrea Ruíz

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