En Más de una Ocasión, por no decir, Sale lo que no se Espera.
Miguel Rodríguez Melo
Biólogo
Esta historia no es solo la de un buen amigo, emprendedor y empresario en las áridas planicies de la costa Atlántica, sino tal vez la de muchos que por una o por mil razones decidieron invertir su dinero, tiempo y tierras para establecer una plantación forestal. A pesar de todas las previsiones, planeación, buenas intenciones y trabajo arduo e incansable, ahora, cuando de los árboles espera el razonable retorno que sus cálculos le esperanzaron, no hay quien la compre y aunque aún a pérdida logre venderla, jura con justificadas razones, no volverá a sembrar.
Crudo o no, es el panorama que le espera a muchos, cuando después de 14 años de promulgada la ley que creó el Certificado de Incentivo Forestal, esperan también los prontos frutos de los turnos de siembra.
Argüiremos algunos que una temporal situación económica ha desacelerado el consumo, explicarán otros que si otro fuera el valor del dólar, los productos de la plantación de nuestro amigo hace rato se hubieran vendido en el exterior. Deducirán los más agudos que tal vez lo que le falta es mercadeo, pues la escasez de materia prima afecta aún más a los industriales, y expresarán otros que sus penas yacen en causas estructurales –que usualmente aquejan al pequeño y mediano reforestador– mas su realidad nos recuerda al borinqueño con su carga para la ciudad.
Tuvo algún Gobierno la razonable idea de anticiparse a esta problemática al instituir la estrategia de la Cadena Productiva, con la cual promocionó sinergias y asociatividades, compromisos e ilusiones y a la que varios –por no decir si muchos– con inusitada euforia y diferentes motivaciones se apuntaron, esquema que igualmente abandonaron mas tarde. Entonces, ¿por qué si la estrategia es la adecuadamente racional, sufre nuestro amigo sus angustias?
Aun, cuando la realidad implica la exponencial imposibilidad de avizorar con claridad el futuro, no es razonable esperar a que los productores enfrenten situaciones como las que por ahora pasa el reforestador para conseguir que la cadena funcione.
Tal vez en el caso de la producción forestal los acuerdos voluntarios de asociación para la competitividad no sean suficientes dado que cuentan con el largo plazo en su contra, como tampoco es probable que se hallen las soluciones en nuevos esfuerzos e incentivos de parte del Estado, en el propósito que la Cadena Productiva asegure la viabilidad del negocio de plantar árboles.
No obstante, lo que hasta ahora se puede concluir, por los hechos, es que de no hallarse una solución, la idea y las promesas de que vale la pena invertir en reforestación, no pasarán de ser un mito. Para el reforestador, no se trata ya de cómo producir eficientemente en las plantaciones, sino de cómo asegurar que las inversiones tengan retornos que por si mismo la hagan rentable, es la idea que se contrapone a aquella expresada por algunas escuelas según la cual, la producción económica de las plantaciones sólo se alcanza cuando sus productos tienen algún grado de proceso.
Otra explicación también plausible al hecho que la Cadena, como concepto en la práctica, aún no tenga múltiples y permanentes éxitos, o que estén lejos los días en que los clusters dinamicen la producción, se halla en la estructura del mercado de productos forestales primarios, muy primarios, que aún subyace en nuestro país.
Pareciera que en este, la madera que se produce en las plantaciones –cuando no está integrada a procesos industriales– enfrenta una dura competencia por precios, calidad y oferta con las variadísimas posibilidades de la proveniente de los bosques naturales, para la cual la dinámica de precios pareciera que poco o nada atiende a los costos de producción, y si a la oportunidad con que llega a los centros de consumo. De resultar cierta esta hipótesis, ¿volverá nuestro amigo a establecer e invertir en plantaciones cuando las condiciones subyacentes del mercado hayan cambiado y pueda su madera ingresar a los canales comerciales en los que tenga su producto una atractiva rentabilidad? Pero ¿cuando será esto?
Al conjunto de hipótesis que explican el fenómeno, podría agregarse aquella que considera que sociedades como la colombiana no le dan un especial valor a la madera y sus productos derivados, a pesar que son elementos frecuentemente empleados en el entorno urbano. De ser así, tampoco podrá nuestro amigo realizar su plantación.
Valgan estas reflexiones ante el hecho que actualmente está en revisión el Plan Nacional de Desarrollo Forestal. Promover en este el establecimiento de plantaciones forestales debiera considerarse ya no en el marco de una meta de millones de hectáreas –que no se plantarán a menos que se consiga armonizar el mercado– sino logrando que la producción de madera en plantaciones, aun mas para los pequeños productores, sea una actividad rentable a la que no sea necesario agregársele más valor
No tenemos la mínima certeza si las teorías de desarrollo económico, o de la evolución de los mercados consideran posible tal proceso, más sí contamos con la evidencia que nuestros procesos de planificación requieren considerar nuevas variables. No quisiéramos, eso si, dejar a la libre interpretación que armonización signifique vedar el mercado de las maderas del bosque natural para favorecer al de las plantaciones, ni más faltaba.
Terminamos igualmente dejando a consideración de quienes promueven el desarrollo de nuevas plantaciones, la necesidad de cambiar su estrategia de mercadeo, ya que no hay hasta el momento garantía de precios o mercados para los productores, es decir, aún no es suficiente con tener el producto.
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