Fernando Prieto: Adiós al Profeta Incomprendido del Diseño

Alexandra Colorado Castro

Redacción M&M

Menuda estatura, ojos inquietos, fumador y lector compulsivo, obstinado, apasionado por la música brasilera y el Jazz, por las mujeres, la creación, la ergonomía y por su trabajo; pronunciar su nombre es evocar un personaje cargado de claroscuros, tan admirado como controvertido y sobre cuyo talento y trabajo de vida se forjó parte de una de las disciplinas del conocimiento fundamentales para el desarrollo del país: el diseño industrial.

El pasado 13 de diciembre de 2009, y luego de superar cuatro infartos –más el quinto y el último, fulminante– murió a sus 58 años el arquitecto bogotano Fernando Prieto, pionero del diseño industrial en Colombia, uno de los primeros profesores de la cátedra en el país, profesional que dejó tras sí un importante legado de saberes, obras y proyectos en distintas áreas de la industria y quien más allá del reconocimiento popular, se hizo al respeto y la admiración de sus colegas y los entendidos del gremio, gracias a su excelencia.

Más de 100 empresas asistidas en diseño, dentro y fuera del país, de actividades tan diversas como la construcción de yates, la producción de muebles, la fabricación de refrigeradores, cajeros automáticos, herrajes metálicos y hasta carcasas para televisores; además de la remodelación y construcción de infinidad de obras civiles y la obtención de varios reconocimientos en el campo de la arquitectura y el diseño, entre los que se cuenta un ‘Lápiz de Acero’ en el 2006, son algunos testimonios exitosos de sus más de 35 años de trabajo, que le consagraron como uno de mejores diseñadores del país.

La Revista M&M rinde homenaje a la memoria de quien además de haber sido piedra angular de su disciplina, fuera colaborador permanente de este medio durante varios años. A sus invaluables aportes conceptuales y materiales, al camino que abrió con su forma de concebir e interpretar el diseño y al impuso que le dio en Colombia, desde la excelencia de su obra; están dedicadas páginas.

La Trayectoria del Pionero

Año 1968. Durante su tiempo de estudiante, Prieto se destacó como un personaje inquieto, curioso, sensible y disperso, cualidades de más, innatas en los creativos.

Crédito: Cortesía Daniel Prieto.

Trabajador incansable, recuerda su hijo Daniel, siempre pendía de su boca, un cigarrillo, y de su mano, un lápiz. Cortesía Daniel Prieto.

Algunas de las más prestigiosas compañías de muebles del país, durante la década de los 70, fueron la casa de obra del genial diseñador quien, además, logró imponen colecciones exitosas por su modularidad y facilidad de empaque.

Fernando Andrés Prieto Amaya nació el 2 de octubre de 1951, proveniente de una familia inclinada hacia las humanidades y las artes, fue el mayor de ocho hermanos y tal vez el más inquieto de todos pues, según evoca su hijo Daniel, de boca de su padre conoció sobre ese largo periodo de castigo que debió asumir por su curiosidad desmedida –que convertía los discos de vinilo familiares en peculiares esculturas– y que abarcaría desde sus 10 hasta sus 18 años; tiempo final en el que abandonó la casa paterna para vivir sólo e iniciar sus estudios de arquitectura en la Universidad de los Andes.

En este periodo de su vida –marcado por la influencia de los agitados años 70 y que transcurrió entre planos, sicodelia y la compañía de Juan Mayr y Eduardo Meneses con quienes fundó la única empresa que llegó a dirigir ‘Hongo Decoraciones’– se inició en el mundo laboral como asistente de obra para varios arquitectos y dio sus primeros pasos hacia el mar del diseño industrial.

Precisamente, su inicio en este mundo resultó de la combinación de dos elementos que fueron constantes en su vida: la genialidad y la oportunidad. A comienzos de la década de los setenta se vinculó a la oficina de diseño, del ya para entonces prestigioso Jaime Gutierrez Lega; quien le contrató como dibujante, dadas las referencias que hablaban de él como un alumno aventajado, recursivo y hábil para la interpretación de modelos; cualidades que demostró y que finalmente extendieron la relación entre los dos profesionales por casi seis años.

“Iniciamos trabajando algunos locales de la Plazoleta del Lago (ubicada donde ahora se encuentra el centro Comercial Unilago) y después proyectos y almacenes grandes en Unicentro, en los que de dibujante pasó a creativo de proyectos porque era muy talentoso, me demostró que podía confiar en sus soluciones, que comprendía los problemas y los resolvía bien. Con el tiempo, Fernando encontró que el diseño era un campo más amplio que la arquitectura, que tenía mayor relación con el ser humano y terminó encariñado con el segmento de muebles, precisamente en mi oficina”, recuerda Lega.

Esta, su primera experiencia laboral formal, fue en realidad su más importante escuela en la que no sólo desarrolló su gusto por esa nueva disciplina, sino también una serie de potencialidades que puso al servicio de las empresas que llegaron a demandar sus servicios a partir de ese hecho afortunado y feliz para el diseño nacional.

Es así como durante la segunda mitad de la década de los setenta, Prieto trabajó para algunas de las firmas de muebles más importantes del país: IMA, J Glottmann S.A, Carrero, Bima, Amoblando y Biermann y Cía.; las dos últimas determinantes por los retos que le representaron en una época de decisivos ajustes y renovaciones industriales: en la primera, rediseñó completa la línea de muebles para su estandarización y producción en serie –de hecho, fue uno de los primeros en trabajar estos conceptos– y diseñó el exitoso sistema de oficina abierta ‘Ofiset’; mientras que para la segunda, como gerente de diseño, desarrolló productos para las firmas ‘Cado’ de Suecia, ‘Casala’ de Alemania, ‘Casina’ de Italia y ‘Maison et Jardín’ de Francia.

Paralelamente, y al margen del tema muebles, en este periodo diseñó productos tan diversos como baterías de cocina, lámparas, empaques, carrocerías de estacas, sistemas de refrigeración y estufas para Icasa y hasta carcasas para televisores marca Hitachi; sin duda, un tiempo de grandes éxitos por la difusión que tuvieron sus diseños en todos los campos y que dieron cuenta de su habilidad para materializar sus ideas.

“Sabía diseñar, de procesos, conocía los materiales a cabalidad y los sabía aplicar, sabía qué resistencia tenía una lámina de aglomerado, cómo doblar al calor o con la humedad, qué maderas eran útiles para un piso, un cielorazo o una mesa de juntas; sabía trabajar el plástico, el polipropileno, los policarbonatos y sabía cómo usar un tornillo, si lo necesitaba; era un diseñador industrial de lo más completo que he conocido y tenía una calidad de trabajo impecable”, recuerda el arquitecto Harry Child, uno de sus amigos cercanos y con quien adelantó algunos proyectos de tipo industrial en los 90.

La década de los años ochenta, la destinó el diseñador casi en exclusiva al tema muebles, especialmente desarmables –el boom del momento– al que aportó significativamente a través de producciones para compañías como las colombianas Codelam, Tecnialambre, Casa Markes e Inmacol para las que diseñó empaques y piezas para el mercado internacional; la brasilera ‘Bergamo’ –que le exigió radicarse en ese país a fin de que desarrollará su línea de muebles para dormitorio– y la ecuatoriana ‘Ligna’ que se hizo, por cuenta de Prieto, a una completa línea de muebles desarmables.

“De gran talento, creativo y recursivo, su aporte en Casa Markes estuvo orientado principalmente al desarrollo de productos; virtud que hizo extensivas en otras empresas en la que demostró además habilidad para adaptar procesos superando el poco desarrollo tecnológico en la industria del mueble nacional que siempre ha sido más artesana que industrial”, resalta Fernando Márquez, director de Casa Markes, ex-compañero de docencia de Prieto en la Universidad Javeriana y quien construyó una gran amistad con el diseñador, a fuerza de tiempo, vivencias y logros compartidos.

Ya en los noventa, su espectro de trabajo se amplió y a la par con proyectos arquitectónicos de la envergadura del diseño y la construcción de la estación científica de Burutica, en el departamento de Magdalena; de la sede comercial, talleres y oficinas de la famosa joyería Bauer del Centro de la 93 y del mirador de la Torre Colpatria, entre otros; desarrolló también una serie de productos particulares: cajeros, lámparas en metal y concreto fabricadas por Urs Schmidt, elementos infantiles en plástico, aparatos para refrigeración y una amplísima variedad de muebles que incluyeron desde institucionales, escolares y de oficina, hasta piezas para bares, exteriores y hoteles.

Afirman algunos de quienes fueron muy cercanos al diseñador y conocedores de su trabajo, que tras su experiencia en tantos y tan diversos escenarios industriales, fue la década del 2000, el periodo de su madurez, una integral que reveló en interesantes piezas y proyectos, cierto “reposo” en su volátil personalidad, en su inestabilidad tan propia y no pocas veces cuestionado, incumplimiento.

Es así como en este tiempo, al servicio de Muebles Lums, Famoc Depanel, y de regreso a Markes, trabajó, entre otros, mobiliario para venta en grandes superficies, sistemas de oficina abierta y muebles de alta gama; a la vez que se apersonó de la construcción de exigentes proyectos de vivienda en madera –en distintas zonas del país– y dio vida al producto que le representó el más importante y el único reconocimiento público que obtuvo luego de más de 30 años en el diseño: Compukid, mueble escolar que desarrolló para Compumuebles y por el cual recibió el premio Lápiz de Acero en el año 2006.

Pese a jamás haber adelantado estudios de diseñado industrial, fue él, precisamente, uno de los primeros profesores en dictar asignaturas de esa carrera cuando recién nacía en el país –en las universidades Javeriana y Jorge Tadeo Lozano– así como también fue uno de los socios fundadores de la Asociación Colombiana de Diseñadores –junto con colegas pioneros de su tiempo como Diego Obregón, Rodrigo Samper, Rómulo Polo y Rodrigo Fernández, entre otros– y sirvió de jurado en importantes concursos de diseño, como el organizado por la chilena Masisa para estudiantes, en el años 2007.

De igual manera, producto de la efectividad de su trabajo y de las buenas referencias que logró con ella, fue –junto a su mentor Jaime Gutierrez Lega– el primer diseñador en el país en trabajar para la industria bajo el sistema de regalías, cuando el modelo era no sólo inusual sino poco aceptado. “Fernando fue pionero cuando la industria no sabía para que servía el diseño industrial y se limitaba a la copia; él convenció a muchas en los años 70 para aplicarlo y abrió la puerta para las generaciones siguientes de diseñadores, demostrando que se podía trabajar en asocio con las empresas a cambio de regalías”, explica Child.

Su vida –que avanzó entre lápices, talleres, herramientas y animada estuvo siempre por un espíritu inquieto que jamás lo abandonó y que en más de una ocasión fue su ‘Talón de Aquiles’– tuvo como hilo conductor el diseño industrial al que sirvió de forma franca, hecho que se vio materializado en una suma de productos eficientes, inteligentes, prácticos –muchas veces imperceptibles para los usuarios pero referentes para la disciplina y renovadores para el mercado– que inexplicablemente no le valieron ni popularidad, aunque como afirma Harry Child, a Prieto aquello jamás le importó; el premio reposaba en otros estadios.

Talento en Permanente Recreo

El trabajo adelantado por Fernando Prieto, para la compañía Inmacol, revela, en buena parte, su propuesta estética: líneas sencillas, limpias y ergonómicamente perfectas

Del ingenio de Prieto nació Compukid, arte, diseño y solución para el segmento escolar, y por el cual recibió, en el 2006, el máximo premio nacional que se otorga a la disciplina, el ‘Lápiz de Acero’.

Sus trabajos en arquitectura se destacaron por irreverentes y originales, contrapuestos, a las propuestas en muebles.

“Fuera de el ‘Lápiz de Acero’ que ganó y que lo consideró un “desquite” grandísimo, mi padre nunca tuvo reconocimientos públicos. La gente que conozco, que trabajaba con él lo veneraba. Alguna vez fue a la Universidad de los Andes, a una reunión como invitado, y llegó con sus 1,65 de estatura y presencia de 2,50 metros, y se levantaron todos los profesores de manera casi reverente, porque habían sido sus alumnos o conocían su carrera. Era un personaje respetadísimo”, recuerda Daniel Prieto.

La manera de concebir sus productos, siempre en función del servicio y la comodidad del usuario; su amplio conocimiento sobre el uso de los materiales y la efectiva aplicación de tres principios esenciales en todos sus trabajos: modularidad, simplicidad y desarmabilidad, fueron la base para convertirlo en uno de los diseñadores preferidos por la industria a razón del impacto que alcanzaba en el mercado sus creaciones y las soluciones que proponía en materia de procesos productivos eficientes: el resultado era siempre optimización de tiempo, material y costos, y un producto estrella.

“Era espontáneo en lo que desarrollaba, excelente dibujante y siempre se enfocó en el concepto básico del diseño: considerar que la función llevada al máximo determina la forma; por eso lograba piezas antropométricas y ergonómicas tan exactas; su estética en el campo de desarrollo de productos, era resultado de ese trabajo. Sin duda fue un gran conceptualizador de la forma y acondicionador para la producción, un diseñador tan integral como global”, evoca Fernando Márquez.

Es así como fueron tan valorados los muebles de alta gama que exportó a Escandinavia a través de Bierman y Cía., en los 70 –en un tiempo en el que los diseñadores colombianos “no existían” en el concierto del diseño internacional y el proceso era además, muy complejo–; y tan populares y demandadas, las líneas de muebles desarmables que desarrolló en los 80 –no sólo por el mero hecho de proponerle un nuevo producto al mercado sino por las posibilidades de fabricación y la facilidad de empaque y transporte que contemplaban los diseños.

Cosa similar sucedió con el genial ‘Compukid’, en el que Prieto se encargó además del diseño del objeto, del diseño de los moldes para inyección del plástico y la tubería, de la supervisión de las pruebas físico-mecánicas de los materiales y de los análisis de costos; suma que finalmente arrojó una solución integral para el ambiente escolar, popular por aplicable en cualquier espacio y condición socioeconómica, necesaria por la inexistencia –hasta entonces– de un sistema bien pensado para ese segmento de usuarios, y rentable para el fabricante por lo económico de su producción; lo que de paso representó buen precio para el mercado: diseño para todos.

A nivel de estilos y apreciable en buena parte de sus piezas, mostraban influencias de los diseñadores clásicos del Bauhaus, y de los carpinteros finlandeses, específicamente cuando de técnicas para trabajar la madera se trataba; mientras que para el caso del uso y transformación de polímeros, materiales exóticos, inyectados y metal colado, evocaba diseñadores como los italianos Joe Colombo y Harry Bertoia, genios en la transformación del plástico reforzado y el uso de las varillas de alambre, respectivamente.

Así, aunque sus diseños no podrían catalogarse como íconos que abrieran escuelas reformistas o llevaran a la imposición de nuevos estilos o modas; si se destacaron por sencillos, por exhibir una estética sustentada en lo simple –tanto en las líneas de producto cien por ciento industriales como en las piezas casi exclusivas, hecho que los hacía casi imperceptibles, como si siempre hubiesen existido– pero sobre todo por recurrir a la ergonomía como fundamento, de allí que las piezas además de cumplir con el  propósito inicial de servir fueran precisas y justas en sus proporciones.

“Pensaba en el factor humano, lo tenía siempre presente, incluso en los juegos que me enseñaba y las cosas que me mostraba; me decía, “la persona está proporcionada, tiene un tamaño, un alcance, una fuerza limitada”, por eso no era extraño que sus grandes tesoros fueran sus tablas y manuales de antropometría y ergonomía, que fueran sus biblias en el trabajo”, recuerda Daniel; y el tránsito de aquellas palabras de intención magistral a la vida profesional, dieron vida siempre a piezas casi perfectas a partir de las ciencias citadas y por ende, piezas funcionalmente correctas.

De cierta manera, Compukid fue la materialización final de esa idea de mueble perfecto, ajustado a las dimensiones humanas y de crecimiento regulado según las proporciones del usuario; un producto sobre el que Prieto, para la fecha de su muerte, realizaba mejoras para perfeccionarlo y distribuirlo a través de Multiproyectos, y que ya registraba, antes de las modificaciones, demandas importantes en varios países de América Latina.

En su segundo campo de acción, la arquitectura, sus trabajos mostraron en muchas ocasiones una tendencia radicalmente opuesta a lo expresado en el terreno de los muebles. Caótico, recargado y anarquista, los espacios dispuestos por Prieto exhibían elementos tan particulares como delirantes –la Venus de Milo sentada en las piernas del ‘Moisés’ de Miguel Ángel– en la gran cantidad de restaurantes, locales y bares como ‘Chamois, Café Bohemia’ y ‘Galería Café Libro’ que gozaron de su particular visión de espacio y la decoración. Dos personalidades distintas en disciplinas diferentes pero con resultados igualmente, exitosos.

En lo grande y lo industrial, mar en el que navegó durante más de 20 años; ó en lo pequeño y particular, línea que trabajó en cientos de proyectos esporádicos –como los materializados para la Revista M&M en el año 2003 y hasta el 2006, en una serie de prototipos de muebles novedosos, de alto diseño, sencillos de fabricar y gracias a los cuales, según cuenta du hijo Daniel, su padre volvió a “enamorarse de lo pequeño, de la carpintería después de lidiar años con materiales complejos”– siempre, la obra de Fernando Prieto fue reflejo su pasión por el diseño y también por la vida, porque finalmente cada producto suyo fue una extensión de su manera tan propia de leer la realidad y la necesidad de su entorno

Vida de Pasiones

La música brasilera y el jazz; el cigarrillo que siempre colgaba de su boca cuando realizaba labores de taller; las mujeres que ocuparon un lugar primordial en su corazón –o en las ¾ partes que quedaron de el luego de superar cuatro infartos, según los partes médicos–; la lectura, en la que ‘El decameron’ de Boccaccio y ‘El caos’ de Pasolini, se alzaron como sus libros predilectos; y su trabajo; fueron las grandes pasiones de Fernando Prieto, tan reconocidas todas como su espíritu voluble, su carácter fuerte, algo anarquista, su obstinación y una volatilidad que le dio fama en el ambiente, de inestable e incumplido.

En efecto, y pese a ser considerado uno los mejores diseñadores industriales del país, fueron numerosos los contratos arquitectónicos e industriales que se vieron truncados cuando el “brillo” que le despertaban otros nuevos, llevaban a Prieto a abandonarlos, por encima del ánimo inicial que les despertaba, del dinero que nunca fue una prioridad explícita en su vida o del compromiso mismo de llevarlos a buen término.

Ese fue un rasgo que manifestó desde su juventud, que le acompañó hasta sus últimos días y que, pese a las consecuencias, sólo quienes reconocieron los alcances de su talento entendieron como un sello propio de su genialidad. “Su gran defecto fue el incumplimiento pero los talentosos son dispersos porque se confían en su talento. Para muchos, Fernando era simplemente un ser indisciplinado, pero yo justificaba muchas cosas por su creatividad; cualidad que hacía parte de su naturaleza, de estar en el mundo que no existe, de su titilante ubicuidad, creando permanentemente un mundo nuevo”, confiesa Jaime Gutiérrez Lega.

Si es verdad que podía desaparecer por días o meses –desvanecido en el aire cuando de trabajo se trataba–, también es verdad que muchas veces lo hizo con la intención de enfocar sus ideas, terminar sus proyectos y entregarlos con las expectativas superadas; y sucedió tantas veces que hoy son innumerables las producciones que llevan su sello y valioso el reconocimiento profesional que sobre su obra y trabajo lanzan quienes más saben de diseño en el país.

“Si Jaime Gutierrez afirma que Fernando Prieto ha sido uno de los mejores diseñadores del país, el reconocimiento se lo da el “padre del diseño colombiano”; hecho que es tan o más importante que los premios. Finalmente, un premio es el resultado de un trabajo, pero lo otro es un declaración genuina –dada incluso por algunos de los mejores profesionales del ramo– sobre su excelencia como diseñador y sobre su aporte a talleres y fábricas de todo tipo y tamaño.

Ahora, en su memoria, las compañías Multiproyectos y Rod –y Daniel, su hijo, quien tiene una participación especial– se proponen terminar el trabajo que Fernando Prieto adelantaba antes de su muerte: la segunda etapa de Compukid, que incluía mejoras en el diseño, hacerlo más fácil de embalar para su exportación y que, “curiosamente”, por calcular equivocadamente los tiempos, el diseñador no entregó a tiempo para su producción.

“Lo vamos a terminar, primero, en honor a él, y segundo porque le había puesto buen empeño a ese trabajo, queremos que tenga una retribución económica para la familia, derivada del trabajo que estaba haciendo y creemos que puede estar listo en unos pocos meses”, afirma Jaime Gutiérrez Lega.

Ahora, y luego de su partida, le sobreviven cuatro hijos, las memorias de sus amigos como buen amigo y enamorado de la belleza, especialmente la femenina; el recuerdo de un hombre desprendido de la fama y las retribuciones económicas; pilas de planos desorganizados de proyectos abortados; piezas sueltas de una  colección de cuadros de amigos pintores; algunos de sus muebles más queridos –las poltronas de Eames y Colombo y el sofá Saporiti– y cientos de obras que reposan en las casas de cientos de usuarios quienes, sin saber su procedencia, se hicieron a ellas para mejorar su vida.

“Fue problemático, pero amado y dual. Él siempre construía un mito, variable, alrededor de sí mismo y se creía su mito. Vivía inmerso en eso, en que el mundo giraba a su alrededor; para sus cuentas era inmortal”, recuerda su hijo Daniel. Sin alcanzar un reconocimiento popular, la disciplina y la industria deben mucho a este profesional pues su legado en el diseño industrial permanece vivo en sus objetos y en los aportes conceptuales que dieron sustento a las producciones que se originaron a partir de su obra pionera. Su espíritu reposa, sin que lo sepamos, en muchos de los objetos que hoy vemos, tocamos y que nacieron de su materializada pasión, la misma que de cierta manera le dio esa “inmortalidad” que soñó.

Fuentes:

Jaime Gutiérrez Lega. Diseñador Industrial, Pionero de la disciplina en Colombia. Profesor universitario y socio de Multiproyectos S.A de

Daniel Prieto: Músico.

Harry Child. Diseñador Industrial. Actual Presidente de Prodiseño.

Fernando Márquez: Diseñador de muebles. Gerente de Casa Markes, tradicional empresa de muebles en Colombia.

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